El Budismo

Ante lo ajeno, lo extranjero, lo exótico, en fin, ante lo otro, el sentido común y la razón han impuesto la intolerancia, el dogmatismo y la apatía. La modernidad se ha construido con estas herramientas asegurando la trascendencia y continuidad de sus imperios, tanto como el dominio y la explotación de tierras más allá de su imaginación y codicia. La metafísica occidental tiene su soporte físico, definido por el hecho de que las ideas superan sus propias capacidades y las de la naturaleza. La voragine de nuestro tiempo lo patentiza, cuando finalmente el hombre ha demostrado su incapacidad para dominar su voluntad, guiado por apariencias que ocultan la verdad de nuestra situación.
No hay, por cierto, cosa más vergonzosa que ver cómo los hijos del capitalismo tardío, en el que igual participa gran parte del Oriente, se han vuelto carne de cañón de guerras sin sentido, evadiendo con su seguridad clase mediera la verdadera angustia detrás de miedos infundados, como los que les provocan sus créditos, la representación que de él se hagan los demás, o peor, el término antelado de su contrato con la vida, la jubilación. Desprecian la universalidad de la miseria autoconmiserándose, poniéndose como héroes de luchas vanas y fragmentarias, pues el tamaño de esta conciencia que nos ha dado la naturaleza no nos permite ver fácilmente la grandiosidad de la unión de las cosas pequeñas.
Por ello, ¿qué hacer cuando ese orgulloso racionalismo ya no es una opción frente a estos hechos que aquejan a miles y que durante milenios ha caracterizado la naturaleza humana? ¿Cómo detener el sufrimiento de la humanidad, esta voluntad ávida de voluntad? El principio budista dice: el mundo es sufrimiento o dukkha. El voto budista dice: hay que detener ese sufrimiento o nibbana. Ello implica la aceptación del círculo vicioso provocado por el deseo o tanha. A este desarrollo corresponde el proceso médico hinduísta que era: diagnosticar la enfermedad, identificar su causa, determinar si es curable y prescribir el tratamiento. El sufrimiento es la única y válida enfermedad, cuya causa es producto de nuestro deseo, siendo su cura sólo la extinción del ego, ser propicio con el dharma es el único tratamiendo.
Lo que erróneamente en Occidente se ha solido llamar energía positiva o dharma, no puede ser comprendido sin la aceptación de una energía negativa o kharma, energías que hemos acumulado en nuestros sucesivos renacimientos. La unidad dialéctica dharma-kharma, es una consciencia que se mueve más allá de lo correcto y lo incorrecto, lo justo o lo injusto, porque es aceptación incondicionada de la bondad de la naturaleza y la maldad de la conciencia humana, es decir, es una doble consciencia sin dualidad, lo que importa es su conjunción, entre el interior y lo exterior. Para el budismo, entre más se está de lado de la propia naturaleza, del yo o atman, más alejado se estará de la naturaleza misma, del no-yo o anatman, porque la razón, el ego homocentrista es aquella dualidad entre sujetos y objetos, entre la consciencia humana y el dominio de la naturaleza, que invariablemente llega a producir la explotación del hombre por el hombre y la destrucción del entorno.
El voto budista es una variación de la lógica hinduísta, refinada más tarde por Nagarjuna, que revoluciona filosóficamente el concepto decisivo que el Budismo predicaba. Este término es el de la compasión. Cuando el Buda Sakyamuni vence al demonio Mara, negando la última tentación que era quedarse en la contemplación o samadhi, volviendo de ésta para liberar a todos los seres sintientes, entonces la compasión que así mostró el Budha de nuestro tiempo trascendió como la auténtica marca del Budismo. De tal manera que a partir de sus enseñanzas en Benarés, distintos estudios fueron hechos por sus discípulos, conformando el canón budista hindú o tipitaka, reconociéndose una genealogía de veintiocho patriarcas hindués y veinticinco chino-japoneses. Unos representando la fuente misma de la sabiduría del Budismo hindú y la otra el resultado de la mezcla entre éste y el Taoísmo. Esta presentación se dedicará a exponer los aspectos más relevantes del primero.
La base filosófica de la llamada religión atea, el Budismo, es nihilista, en tanto que antes de que hubiese existido un Dios, nunca en esencia, o al menos no como se entiende en el judeo-cristianismo o el islam, ha existido Dios. Y aún más, el propio Buda Sakyamuni superó el estado de perfecta contemplación por la que se adhiere la impermanencia del mundo y la realidad, para volver al mundo de los seres sintientes para liberarlos, disolviéndose las prácticas inhumanas practicadas por arhats, yoguis y brahmines, liberándolos, a ellos mismos, de la apariencia en que se mantenia ese sufrimiento santificador, manifestación, al igual que el deseo, del ego o anata. Como culminación de las enseñanzas budistas desarrolladas por los subsecuentes trece patriarcas, Nagarjuna establece la escuela de la vía media que es la base del budismo mahayana o gran vehículo, diferenciándose del hinayana o pequeño vehículo.
Al igual que el dharma y el kharma, el mahayana y el hinayana se comprenden como una unidad indisoluble, pues así como se supone que el dharma se produce por la cesasión del kharma —lo cual no es precisamente así—, de la misma manera el gran vehículo de la filosofía budista no es posible sin el pequeño vehículo de la práctica en persecución de la adherencia o dhyani, la contemplación, la extinción o nibbana. El Budismo manifiesta claramente una metafísica de la inmanencia, una lógica empirista y una estética devocional de la naturaleza. Estos pilares sobre los que se sostiene el Budismo se fortalecen de manera natural e incondicionada, generando la llamada filosofía perene, lo que seguramente en continuidad social, la sangha, y profundización espíritual, no logre ninguna filosofía o religión occidental hacer.
La lógica budista se basa en la aceptación de la nada como principio de todas las cosas, sintientes y no sintientes. Esta nada, no es aún la nada absoluta del zen, aunque se prefigura como la extinción en la experiencia del samadhí. Dice el maestro Keyzan: Este yo es, al mismo tiempo, la gran tierra, la totalidad de los seres y el ‘y’ que los une. Pero este ‘y’ no es el yo, el viejo compañero Gotama, el yo y el ‘y’ no son idénticos ni tampoco diferentes. A decir verdad, vuestra piel, vuestra carne, vuestros huesos y vuestra médula son completamente ese ‘y’.
Por lo que, a la vía media de Nagarjuna le antecede la visión del Buda Sakyamuni, la visión de la relación negando la dualidad que constituye la propia relación, y que se expresa en la indisociabilidad de los términos dharma o kharma, mahayana o hinayana. Realidad del dharma —entendido como ‘todas las cosas’— donde la conjunción es previa a toda distinción. Indistinción que es en los hechos la base de toda la lógica budista, que trascenderá como la indiferencia del zen al encontrarse con la no-compasión taoísta. Pero, a este carácter fundamental de la lógica y ética budista, se le ha interpretado equivocadamente en Occidente como extremo pesimismo e incluso como mesianismo.
El punto irreductible del Budismo en todo caso no va más allá de la realidad fáctica, sino muy por el contrario, se encarna en ella definiendo la indisociabilidad misma de la iluminación y el mundo terrenal, o como para el Taoísmo entre los dioses y la organización del estado, cuando incluso los antepasados conviven con los vivos. Así, la metempsicosis, la reencarnación a través de eones y eones, produce el interminable sufrimiento que es provocado por la conciencia humana. Detener esa consciencia es en realidad el objetivo y voto de todo budista, ética que se establece en el bien común y la felicidad general, más acá de las utopías socialistas o capitalistas basadas en el consumo metafísico-dialéctico, de la promesa de un mundo ideal después de la muerte. La religiosidad aquí es cosa del presente y para el presente y la reencarnación no es sino metáfora de la naturaleza cambiante de nuestra consciencia, minuto a minuto. La idea finalmente es rescatar nuestra originaria naturalidad mediante una ética inmanente y compasiva.
De acuerdo con el budólogo Heinrich Dumoulin, la lógica en la filosofía de Nagarjuna se reduce a su ‘método de negación didáctica en cuatro pasos’ que reza:

Todas las cosas o dharma existen: afirmación del ser, negación del no-ser
Todas las cosas o dharma no existen: afirmación del no-ser, negación del ser
Todas las cosas o dharma existen y no existen: afirmación y negación
Todas las cosas o dharma ni existen ni no existen: ni afirmación ni negación

A esta sucesión de premisas que al parecer dan un paso antes de la lógica aristotélica, al cerrar el silogismo dado por la afirmación, la negación, y la doble afirmación con la doble negación, hace una reafirmación de las cosas tal y como son y como no son a la vez, pues ambas son ese ‘y’, que es el fundamento de la talidad de la vía media, que tiene sus antecedentes en el tat twam asi hinduísta. Como Buda, Nagarjuna no ofrece respuestas para las últimas cuestiones metafísicas, su explicación de los fundamentos positivos en su vocabulario filosófico es consistentemente negativo. Por ejemplo, según la genealogía de los patriarcas zen o Denkoroku del maestro Keyzan, el patriarca Micchaka, sostuvo la enseñanza de que el budista no debe identificarse siquiera con la vacuidad porque, de ese modo, se asemejará a los no budistas que caen en el absurdo, por aferrarse unilaterlamente a un aspecto particular de la enseñanza de la vacuidad.
Esta lógica surgirá de una metafísica y mitología complejas cuyas raices se pierden en los inicios del hinduísmo en las estepas del actual Pakistán. De esa rama se dice, proceden algunas de las razas europeas y por tanto, parte de nuestro mismo origen genético. En lo que respecta a la metafísica, como hemos mencionado, el Buda Sakyamuni y Nagarjuna agregan una base filosófica sin precedentes a esa tradición, aún cuando muchos de sus significados y simbolismos ya están de alguna manera contenidos en los antigüos libros védicos, los ghitas y el Mahabarata.
Los orígenes trinitarios de la metafísica hindú, representados por la trimurti conformada por Visnú, Brahma y Shiva, sobrevivirán dentro del indiferente ecumenismo de la práctica religiosa budista, la cual en la actualidad ya no es mayoría en la población practicante de la India, que por otro lado casi en su totalidad es musulmana. El budismo presenta así una coherencia intachable en cuanto a su aceptación de la impermanencia del mundo y los seres, siendo además de una religión atea una religión en éxodo, quizá como la judia, pero que por su inherente ecumenismo es más flexible a cualquiera de las condiciones que se le presentan.
Aún en la actualidad, el Buda de la tierra pura es un bodhishatva importante para el sincretismo entre el budismo chan y al shinto en Japón. En este Buda, sin lugar a dudas, se puede rastrear la emanación de Visnú, Brahma o Shiva, pero Buda, a diferencia de Cristo, no es la síntesis entre una divinidad trinitaria providencia y el mundo sensible. El Budismo también, al no ser una religión finalista o teleológica como la cristiana, logra llegar a una afirmación de la vida mediante la vía negativa, dando prioridad a la naturalidad del espíritu compasivo para con los seres sintientes y no-sintientes.
La compasión del Budismo no tiene por tanto ninguna relación con el sentimiento de conmiseración generado por el Cristianismo, porque como hemos visto, de la misma manera el kharma no es ninguna energía negativa como equivalente a una culpa original. El Budismo da un paso más acá, hacia la experiencia pura, la realidad del instante o presente absoluto. No hay onto-teleología, como tampoco hay cargos de conciencia por un pasado insuperable, sino que al tender a ser la no-acción taoísta o la no-mente del zen, es una apuesta por la aceptación de la impermanencia del mundo.
La instauración de la comunidad monástica o sangha durante el reinado de Asoka, alrededor del siglo dos antes de nuestra era, permitió el camino medio entre la vida solitaria de los renunciantes jainas y la de los brahmanes cabezas de familia. Por ella se desarrolló también una expresión artística que tendrá enormes influencias alrededor de todo el continente asiático. Así mismo, nos dice Peter Harvey, la sangha ha tenido como ninguna otra institución humana una existencia continuada de tan larga duración, y con una difusión tan amplia, que difícilmente puede ser igualada por cualquier sociedad religiosa occidental.
De esta manera la práctica budista se constituye por tres pilares sobre los que fundamenta el conocimiento de sí: Budha, dharma y sangha. Sin ellos difícilmente se podrá dar un verdadero entendimiento y liberación de las cinco sombras de nuestra percepción, por las cuales no logramos lo propicio a la representación del mundo que ni es, ni no es.
Finalmente el gesto de la sabiduría budista es quizá el resultado más patente y misterioso de toda su parafernalia. En él se manifiesta la experiencia que los años de acumulación de dhyani ha dado, a través de una insignificante y muchas veces paradigmática evocación sin traer a colación ninguna moraleja o norma moral. La disciplina aquí es interior y no conviene con nadie sino con la nada. Porque además, por más inteligentes que seáis, por más que recordéis al pie de la letra lo que habéis oído y por más que memoricéis las enseñanzas más sagradas, si no llegáis a comprender su significado esencial os asemejaréis a esas personas que sólo se ocupan de contar las riquezas que poseen sus vecinos.